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"Y es que el universo siempre conspira a favor de los soñadores"

lunes, 16 de febrero de 2015

Puede jugar a ser quien quiera

Siempre ha sido ella, aunque a veces tuviese ojos de Silvia y sonrisa de perra.
Era ella hasta cuando se olvidaba en casa y salía a buscarme. Cuando nos fotografiaba desde arriba y desde abajo y desde ese lado bueno y desde aquél que no lo era tanto.
Era ella cuando salía pronto y llegaba tarde, cuando corría entre las gentes y sus excusas buscando algo de magia o encanto. Cuando se escondía detrás de mí porque le asustaba la forma en que empezaba a mirarla el mundo. Desde arriba. Por encima de su propio hombro. Y entonces yo le decía que no había ningún mundo mirando sino contemplando, pero no me creía.
Nunca lo hizo.
Tampoco la culpo.
Era ella cuando reía callando mis miedos, cuando susurraba y el mundo se paraba intentando escucharla. Era ella cuando se despertaba Anna y bailaba hasta las tantas, cuando se sentía Amy y bebía hasta perder la consciencia y hacer que le temblasen las piernas. Cuando tenía a Moisés en su piel y abría cualquier herida a modo de mar y dejaba que sangrase mientras paseaba sus pies -siempre descalzos- por mis resquicios embotados.
Era ella cuando soñaba despierta pero también cuando dormía en mi pecho en noches de guerra.
Cuando volaba. Cuando creía. Cuando era el último verso de Neruda y una de las muchas golondrinas de Bécquer.
Sí, era ella porque siempre volvía.

A veces se sorprende en brazos de otro siendo un poco Julieta. Hay noches en las que miente mucho y besa poco, otras en cambio, se deja la piel en los asientos del primer coche que encuentra.
Ella siempre es ella cuando le grita a la vida y ésta le castiga. Cuando besa su silencio y abraza sus heridas. Es ella cuando brilla, cuando despierta, cuando crea y nos reinventa mejores. Siempre mejores.

Ella era ella hasta que un día dejó de ser.
Y entonces se deshizo en la nada del caos sin saber que yo amaba cada una de sus pieles y sus diez mil versiones de mujer a pesar de que ni ella misma lo hiciese.



domingo, 8 de febrero de 2015

Se avecinan tormentas mi capitán.

Ayer llovió en el piso de arriba y hoy las goteras lloraban tu nombre y no hubo cojones a callarlas ni si quiera consolarlas.

Te dedicaría las 1000 cartas que te escribí en estas tres noches si no fuese porque las quemé todas con el único fin de que volviésemos a arder.
Te sonreiría, si tuviese el valor de mirarte de frente y no agachara la cabeza como quien sabe que apuñaló al corazón con el que latía.
Supongo que todo esto iba a volar por los aires tarde o temprano.
Que estábamos destinados a dinamitar y si no apretabas tú el botón acabaría haciéndolo yo.
Supongo que siempre he sido un poco cobarde, de esas a las que les encanta despedir sus mejores opciones desde el otro lado de la calle, echar la llave a las puertas del paraíso y perderse por sus propias cloacas. Supongo que si simplemente hubiese elegido unos minutos antes ahora no estaríamos así, simplemente “estaríamos”, que no es poco.

En verdad me duele tener que deshacerme de todo nuestro “nosotros” y es que Madrid es muy grande como para coger por el inodoro de mi casa. Tu colcha pesa demasiado para unas solas manos, mi sofá es muy cómodo y sin el espejo del baño no podría vivir.
La verdad es que todo esto es un bucle catastrófico, una pescadilla que se muerde la cola, sin cola pero con dientes. Sin ti los quicios no existen y sin tus quicios hasta mis puertas se derrumban. Las alfombras no vuelan y no hay humo que no me sepa a ti.
Sin ti nuestro “nosotros” cojea y es que nunca he sabido tirar muy bien del carro, siempre he sido más de toallas y hoy las noches duelen hasta cuando prometes que no lloverás ahí fuera nunca más.

Hoy me encuentro algo más vieja, más perra y hasta puede que más puta, ¿por qué no?
Hoy me pesan más que nunca los años pero, por primera vez, también las equivocaciones. Las páginas en blanco y los besos que empiezan a caducarse. Como tú, como yo. Los ascensores que bajan sin viajar, las azoteas abandonadas y los soportales que apostaron sus humedades por nuestra felicidad.

Me pesa también la culpa, la agonía de desintoxicarme, pero sobre todo la ropa que ya nadie arranca, y es que, todos pesamos algo más con ese par de prendas mojadas y aquí dentro no deja de llover y yo ya tengo el alma calada y la garganta encharcada.

jueves, 5 de febrero de 2015

Memorias de alguien que fue.

Enamoradiza.
De cada mirada, cada nota, cada poema y cada verso sin creación.
Libre. Sin más, sin explicaciones, sin sentido, sin ti.
Volátil, como su falda o sus ganas.
Efímera, como sus promesas y mi felicidad.
Callada, como sus mentiras o mis perdones.
Caprichosa, como la suerte, el destino, la magia o la realidad.
Dulce, como el agua que nace, que cae, que resbala, que muere y se enamora en un mar.
Ácida.
Como la corrosión misma.
Desvergonzada, como mis manos en su espalda, mis palabras en su oído o mi lengua en su clímax.
Sutil, como una puerta entreabierta, un botón mal abrochado, unas medias en el suelo, una sábana que roza, un suspiro que abandona.
Tímida, como las palabras sin voz, las notas sin firmar, las postales sin enviar.
Grande. Sin connotaciones.
Cálida, como tu abrazo, como la manta que encierra nuestras guerras o como tu sonrisa al despertar.
Orgullosa, cuando todo se va, cuando todo se pierde, cuando solo queda esperar.
Desesperante, como esa espera en la que no llegas.
Dolorosa, como cada despedida, cada llamada sin contestación, cada adiós apresurado, cada mentira confesando.

Valiente, pequeña, fugaz, inestable. Apresurada, miedosa, irrefrenable, suspicaz.

Desconfiada, reticente, recelosa, malpensada.