Me pierdo en esas mentiras que llamamos “piadosas” sólo para
seguir reconociéndonos en el espejo.
Se me traba la lengua y me muerde la conciencia con cada uno
de los “quédate” que no pronuncié. Me sangran cada uno de los párpados que abro
sin ver.
Se me atragantan los besos que nunca (te) di. Se me duerme
el pie, la culpa y la razón.
Me pierdo con cada paso que doy sin encontrar tus huellas en
mi camino y es la razón la que me pierde a mí si te acercas y me pides que
aguante sin besarte.
Y entonces me encuentro revoloteando en el estómago de aquel
gigante que algún loco llamó molino. Y las paredes me agitan, se disuelven mis
dudas con tus sonrisas y otro alguien me sube por su garganta, me pronuncia en sus cuerdas y me vomita a la realidad.
Y ahora soy mejor, soy de colores, huelo a algodón.
Y pienso con los pies.
Beso con los ojos. Miro con la nariz. Escucho con los
dientes y respiro con y por tu aliento.
Y siento con los nervios, toco con los huesos y te sonrío
con cada poro de mi piel.
Bajo escaleras que sólo cuelgan del techo. Saboreo los
huesos que tiran al perro.
La última vida de un gato me reta a una noche de desenfreno.
La basura me arranca de mi cómoda vida, me baja al mundo y
me lanza al cubo de las historias sin finales cuerdos.
Esos locos me señalan con el dedo mientras muerdo a una
araña y le regalo mi veneno.
Quizás ese folio en blanco sepa más de mí que yo misma.
Quizás eso de envejecer sólo sea una broma más de la vida, que sea cierto eso
de que se puede ganar incluso perdiendo y que, ciertos destinos se escriben a
ciegas y con espinas en los dedos.
Quizás los finales felices, las moralejas y los refranes no
nos encajen del todo.
Y ahora escurre las penas, levanta la vista, guarda silencio y contempla cómo ese par de perdices
se divid-SSSSSSHHH El cuento está a punto de empezar.