Vuelves.
Y no quiero tener que afrontarlo todo de nuevo.
Vuelves en cada periódico mal doblado, en cada línea subrayada
de aquél libro que nunca acabaré. Y es que ser capaz de leerte en los poemas
que nadie escribió pensando en ti hace que me muerda un poco más fuerte la
lengua, y sangre.
Vuelves, en cada esquina que no me atrevo a doblar por si
acaso estás y nunca vuelve a ser conmigo. En cada paso de cebra que salto esperando a que me sigas y beses mis pasos. En cada alfombra que piso descalza y no es para
acabar examinando las vetas de tu armario.
Vuelves, llamando a mi puerta con una caja roja de
terciopelo donde ahora, de vez en cuando, nos paso una mopa y nos limpio el
polvo que comienza a hacernos daño.
Vuelves, y me traes las manos llenas de
heridas y cocos en los que dejar consumiéndose nuestros días malos.
Vuelves, con ese paso rápido, la respiración agitada y tu mirada
inquieta, barriéndolo todo.
Vuelves, y traes contigo el primer día juntos con su primera
noche blanca, el amor desparramado en una cama prestada, una foto en el espejo,
un recuerdo que me atrapa.
Vuelves, esta vez sin saberlo, y yo siendo más tuya que
nunca, sin pretenderlo.