-Aferrada
a la barra del bar saboreaba su última copa. Esa que juraba como última antes
de abandonarse a capricho divino del alcohol, antes de ahogarse con canciones
que, hasta ese preciso instante, creía muertas. Haciendo equilibrios en una
cuerda que lo único que quería era abrazar fuerte su voz. Dilucidando entre mantenerse
en pie o dejarse caer al vacío, sin preocuparse por la inexistente red de
seguridad que suele acompañar a estos
momentos.
Sonreía para sí.
La
nostalgia de otros tiempos mejores recorría sus venas, intoxicando cada
resquicio de su ser. Sus ojos se llenaban de vidriosos recuerdos a punto de
saltar al vacío. Su lengua comenzó a tararear melodías que habían sido
obligadas a quedar en el olvido y de pronto desplegó sus brazos. Respiró todo
el humo que le permitieron sus maltratados pulmones y comenzó a girar entre las
columnas del local.
Sus
latidos acompañaban al mismísimo Eric Clapton a ritmo de “More than words” y el
vuelo de su desgastado vestido dejaba al descubierto sus atrevidas piernas.
Estaba
en pleno éxtasis, a una vuelta más de perder el conocimiento, con las luces ya
encendidas y gritando en silencio, callando las voces de lo que podía ser su
cansada conciencia.
La
verdad es que en estos últimos años se había acostumbrado a tenerla de fondo,
podía decir que era una melodiosa voz que la acompañaba en sus peores noches.
En esas noches en las que se dejaba ser, en donde los únicos protagonistas eran
ella, el culo de esa botella y un individuo al azar.
Siempre
al azar.
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