Vivía
un infierno donde el frío era el dueño, donde el de la sonrisa más vacía y la
promesa más incumplida salía con cierta ventaja de la casilla de salida.
Vivía
entre 4 paredes de cartón que con el mínimo llanto se precipitaban caladas al
vacío. Deshaciéndose entre ellas, aplastando hasta la más mínima ilusión,
tapiando cada posible huida, cada exigua idea de que él no volvería a salirse
con la suya, al menos no esta noche.
Soñaba
con dormir, con dormir y no despertar, con no tener que preocuparse por qué
decirle a ese extraño a la mañana siguiente. En verdad hubo ciertas noches en
las que solo soñaba con soñar.
Pero
tras muchas noches de besos dispares y amaneceres llenos de quehaceres
adornados con mentiras endulzadas comprendió que no todo lo que brilla en esta
vida es oro, que hay personas que merecen de todo menos llamarse así. Que la
ausencia de cadenas y grilletes no declara libertad y que hay presencias que
solo quieren destruir esencias.
Cansada
se dirigió a la puerta. Llevaba a la espalda demasiadas palabras que no fueron
nada y ni un hueco más para ninguna nueva punzada.
Se
fue para no volver y de una vez por todas se abrió paso en el mundo a base de
codazos.
Y
ahora sí, ahora sonreía, había encontrado tiradas en el suelo las alas que
perdió la primera noche, aquellas que vio caer sin la más mínima intención de abrirse
y las mismas con las que tantas noches programó una esquizofrénica huida. Entendió que volar tiene su magia pero unas alas así debían tejerse con la
mejor hebra de ese ovillo y tú.. tú (me) cosiste unas alas a base de puntadas
sin hilo.
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