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"Y es que el universo siempre conspira a favor de los soñadores"

miércoles, 15 de junio de 2022

Me declaro enamorada de la ropa tendida, de sus pinzas y sus cuerdas.

Me gusta la ropa tendida.
Tanto su olor como su estética.
 
Me gusta ver las mangas de cualquier camisa batirse con fuerza. Llenarme los ojos con sábanas que bailan canciones compuestas por faldas risueñas que, sin juicio sobre ellas, se agitan inquietas.

Me gusta descubrir, por el olfato, que hay ropa tendida cerca. Seguir su rastro y, cuando por fin la encuentro, llenarme los pulmones con el aroma que envuelve a esa familia, a esa niña que juega demasiado pronto a ser mayor, a ese padre que duerme solo. Me gusta embriagarme de esas historias aunque sepa que nunca llegaré a ponerles del todo cara a sus protagonistas.

Sí, definitivamente me gusta la ropa tendida.

Me gusta porque me habla sin palabras. Porque me recuerda que la vida sigue, que nunca se estanca. Me susurra que nosotros, los humanos, siempre tendremos los mismos dilemas independientemente de en qué generación nos encontremos.

Me gusta la ropa tendida porque en ella saboreo la definición de “hogar”; me hace recordar de dónde vengo y soñar hacia dónde voy.

Me gusta porque me afirma, sonriente y colorida, que el verano siempre llegará. Que los problemas al sol se convierten en oportunidades y que las penas, sostenidas un poquito por todos, siempre pierden su humedad.

Me gusta la ropa tendida por la suavidad con la que me habla de mamá, de sus domingos de arreglar el mundo comenzando por cambiar las sábanas de tu habitación. Por cómo me evoca esas tardes de sofá con visitas de la abuela, acompañadas de café y magdalenas alargadas.

Me gusta la ropa tendida porque siempre nos traerá vida, color y magia bajo su eterno disfraz de cotidianidad. 

Barrio de Vallecas, Madrid. 
Foto tomada por la cuenta de instagram: madridnofrills