Hace unas semanas me dije a mí misma que tardaría más en escribir sobre ti, que no había ninguna prisa en hacerlo, que me tomaría mi tiempo.
Y aquí estoy, con mil margaritas naciendo de las yemas de mis dedos.
Y aquí sigo, con una curiosidad innata por descubrir cuáles serán las palabras que mejor se amolden a tu manera de sonreírme. Nerviosa por saber en cuántos tiempos verbales podré conjugarte, expectante por conocer qué tipo de rima tienes y cuáles son los adjetivos que mejor describen aquella forma tuya de acariciarme el corazón. Se ha convertido en una urgencia saber qué palabras van a llevar tu huella y cuáles, con tan sólo escucharlas, serán capaces de traerme de nuevo tu sabor.
Hoy quiero conocerte a través del lenguaje, a través de mí.
Hoy quiero otorgarle a ellas la potestad de mostrarme el camino.
Y aquí estoy, sonriendo a todos esos recuerdos que han calado tan profundamente en mí que a veces los oigo reír. Sonriendo a esa suma de casualidades que nos permitió coincidir, admirando la perfección de los tiempos y la importancia de los ritmos. La genialidad de una primera proposición y la valentía que, aún sin saberlo, se escondía tras esa rotunda aceptación.
Recuerdo la risa nerviosa bailando en mis ojos, la alegría bañándolo todo. La sensación de grandeza que exudaba cada momento, la calma entrando sigilosa, la naturaleza arañándonos las piernas, la lluvia moldeándonos a su antojo.
Y aquí sigo, acumulando síes desde que te conozco. Con el corazón más lleno y la mochila sin tantos miedos, con un constante “gracias” latiendo desde dentro.