Miénteme.
Dime que no te irás jamás. Que seré “esa” entre un millón.
Que prefieres mis malas lunas a todos aquellos días que
puedan regalarte. Que te encanta como huele mi pelo, que siempre está peinado y
que cuando se enreda no es por mi culpa. Es el viento que, como todos, intenta
inútilmente apresarme y hacerme un poco más suya.
Miénteme.
Dime que me quieres así, tal cual. Sin cambios, sin modos.
Que nunca has recorrido un camino más bonito que el que
trazan para ti mis lunares con cada prenda volada. Que te quedarías a vivir en
la curva de mi espalda. Que sonríes a la nada cuando me escuchas cantar desde
la ducha. Que entiendes mis ideas descabelladas y apoyarías hasta mi última
revolución si eso me hiciese más persona.
Miénteme.
Dime que te tendré siempre al otro lado de la almohada.
Que no tendrás prisa en irte, ni siquiera curiosidades que
resolver en otro colchón. Que jamás te cuestionarás nuestro porqué. Que me
regalarás cada mañana un nuevo motivo. Que seré tu elección cada noche, tu consecuencia
al despertar. Una rutina a la que no te costará aficionarte.
Ahora mírame y déjate de mentiras, aunque a veces sea yo
misma quien te las pida.
Mírame y dime que siempre tendré la puerta abierta. Que por
tener, incluso tendré una llave por si cambio de idea detrás de la maceta.
Mírame y dime que habrá días en los que me echarás de menos,
pero no por eso odiarás mi huida ni nuestro mejor recuerdo.
Mírame y dime que puedo irme cuando quiera, que no tengo por
qué quedarme, que se canta más cuando se vuela alto y entonces yo, con sólo esa
verdad tuya, empezaré a mentirte
- pero sin mentiras.