Yo, que te he
mirado fijamente y no te he visto, quiero decirte que siempre lo intenté.
Pero ya me
he cansado.
Me he
cansado de jugar al escondite con alguien que no quiere que le busquen y mucho
menos que lo encuentren.
Y es cierto,
me hubiese encantado quedarme contigo y luchar contra todos esos gigantes que
te retienen. Tramar cómo hubiese sido el ataque y guardar bajo la manga nuestro "factor sorpresa" como siempre hacíamos de pequeños… pero ésta es tu guerra, no
la mía. Y aun así tú prefieres arremeter contra mí que contra ellos.
Podríamos haber sido
fuertes, pero sigues confundiendo al enemigo.
Te digo que
es cierto, créeme.
Hubiese
preferido la lucha que el tener que retirarme. Pero no me dejas hueco y siempre
que me acerco acabo con la boca estallada y las alas rotas.
- Mírame a los ojos porque sólo te lo diré dos
veces más: Ya me he can s a d o.
Me he
cansado de ser la pared donde acaban estrellándose todos tus platos.
Que no
quiero ser más saco de boxeo de nadie si nunca vas a salir ahí fuera a luchar
por tu libertad.
Y también he
decidido que tampoco quiero seguir siendo la mala de la película que tú mismo
guionizas.
A veces, me
gustaría ser parte de tus sombras para estar en tu cabeza, saber cómo te
destruyes piensas, y comprender qué es lo que te impulsa a sacarnos a todos
de tu vorágine de mierda.
Entiende que si
hablamos, fue porque queríamos quedarnos.
Me gustaría
saber por qué te empeñas en respirar bajo el agua si nunca tuviste branquias. Qué te lleva a querer ahogarte sólo y ser incapaz de agarrarte a todas esas
manos que, agarrotadas por el frío, se extienden una vez más hacia ti
queriéndote -al menos- rozar.
Pero tú sólo
escupes.
Y muerdes.
Acércate y léeme los labios, porque ésta será
la última vez que voy a repetírtelo:
Y a m e h e c a n s a d o .
Me he cansado
de ser aquél jarrón blanco que tú mismo empujas, cae y se rompe y encima no
pueda llorar mi propia pérdida.
Estoy
cansada de fingir que no pasa nada, que todo sigue como siempre, cuando desde
hace años ni tú mismo te encuentras en el espejo.
Me cabrea el
hecho de que no me preguntases si quería jugar y sólo cuando comenzaba a picar
me di cuenta de dónde estaba yo y de que tú ya estabas haciendo trampas, como
siempre, sobrepasando con tu pie la línea de lanzamiento.
Y ahora, que
me he cansado y entiendo que no tengo por qué aguantar tus veintiún mil dardos casi tan envenenados como equivocados, reivindico mi derecho a no ser más diana de nadie.
Que no es
justo eso de no saborear tu miel pero aún así llevarse todos los picotazos. Que
tú las tendrás alergia, pero a mí se me está cerrando ya la tráquea y la cabeza
me explota de no entenderte.
Que ahora si
pienso, escuece, y si busco no te encuentro.
Y si me abrazo sólo recuerdo el
huracán de cuchillas que lanzaste y que ahora tengo que sacar una a una de mi
espalda.
Que tienes escorpiones
en la lengua y el antídoto, aunque está en ti, aún no lo has encontrado.
Que me he
cansado de abrazarte con los ojos cerrados mientras tú empuñas algo más que
flores. Que no dejaré que aprietes más el gatillo, ni coleccionaré esos afilados dedos
tuyos que tantas veces apuntaron hacia mí.
(...) Y en el
fondo todo esto duele más de lo que imaginas. (...)
Y duele tanto porque sé de primera
mano cómo rugen y tiemblan de inseguridad tus cimientos. También he vivido cómo
desgarra por dentro el que se agrieten las paredes de tu consciencia y empiece a filtrarse una voz que aunque reconoces que no es la tuya no puedes
plantarle cara e impedir que llene todo tu "tú" de humedades.
Pero sobre
todo, me da pena el hecho de que no entendieses el significado de un sucio trapo
blanco ondeando en una simple mesa de madera.
Y es triste intuir que el
cuadrilátero donde te atrincheras algún día se quedará pequeño para albergar
tanta pena y acabará volando (contigo dentro) por los aires.
Y ahí, sólo ahí, puede que del
golpe despiertes y no te quedará otra que salir al mundo... pero quizás, para ese
entonces, ya no te quede nadie.