Ven, levántate.
Dame la mano y déjame atraparte media vida
más.
Sígueme, pero hazlo ya.
Déjame llevarte donde aún las montañas
hacen llorar a las nubes. Donde aún nos sufren.
Déjame.
Déjame llevarte conmigo.
Regálame una sonrisa y entenderé que
aceptas mi propuesta. Hazme reír a carcajadas y las hadas saldrán a nuestro
encuentro.
Déjame despistarlas, juguemos los dos
solos, juguemos a perdernos.
Silba tu canción favorita y enfádate cuando
ésta juguetee con mis cuerdas vocales sin tu permiso.
Constrúyenos un columpio.
Un columpio tejido a base de margaritas
impares donde no exista el vértigo ni tampoco el miedo. Uno muy alto, el más
alto, capaz de atravesar cascadas sin mojarse y desde el cual, riendo, pueda vigilar
al sol. Constrúyenos uno que huela a azahar todas las noches, uno al que
podamos llamar hogar y al cual siempre podamos volver, estemos donde estemos.
Véndame los ojos, sujeta mis muñecas y bésame la comisura de
los labios para saber que eres tú.
Atranca la puerta que siempre abren y
enciende un fuego que pueda derretirnos de una vez por todas.
Sonríe, déjate llevar. Quémate los dedos
tratándome de alcanzar, abrásate la lengua intentándome convencer de que me
quede.
Ven, no tiembles, el terremoto ha pasado.
Ven, puedes venir a morir conmigo al lado
seco de la cama.
Hoy volveré, sin que lo sepas, a soplar sobre
cada una de las estrellas mientras tú, arrastrado por la magia de la luna, pides un nuevo deseo.
Hoy, como de costumbre y sin que lo veas, me atreveré a apagar el mundo sólo para que tú sueñes conmigo.
Ven, dame la mano.
Déjame llevarte de vuelta.
Ven, despierta.
Búscame.