Yo también hablo de tácticas si te digo que pretendo
acunarme en la curva de tu cuello mientras mordisqueo el borde de tu lóbulo
derecho que tirita de frío y refleja mis ganas
.
Yo también hablo de tácticas cuando paso mis dedos por tu
cara y acaricio tu frente mientras transcribo mis planes de futuro contigo al
paso de mis yemas por tu piel.
Yo también hablo de tácticas cuando te miro desde abajo,
volviéndome lirio en tus brazos, mientras me dejo mecer por tus silencios y escucho
como éstos entonan la última nana que promete acallar, por siempre, cada uno de
mis miedos.
Supongo que tú también hablas de éstas cuando me despeinas
las cejas y me estrujas los morros entre tus manos haciéndome sentir besugo que
no habla y que se asfixia si no llegas pronto hasta su boca. Cuando me haces
reír como nadie nunca había hecho hasta el momento, buscándome las cosquillas
en los lugares que más odio de mi cuerpo.
Supongo que tú también hablas de tácticas, cuando jugando a
ser Dios y sirviéndote de un sólo suspiro logras levantar violentos huracanes
en la zona más mundana de mi espalda.
Cuando con tus dedos concentras toda la
magia inventada en el punto exacto que me lleva hasta el extremo de creerme capaz de explotar
en cientos de fuegos artificiales y oír orgasmos en el cielo.
A decir verdad, podría recorrerte la piel a lametones y
comenzar la desalinización oficial de tu cuerpo haciéndome, así, curar las
heridas más internas del mío. Hacerte el amor con la mirada cuando reposo a tu
lado después del gran polvo del año o reírme hasta las tantas mientras buscamos
unas ganas que prefieren dormirse en la tranquilidad de tus abrazos que
incendiarnos la piel.
Podría, si quisieses y alguna vez los tienes, arroparnos los
miedos con cada una de las palabras que nacen de mis dedos y mueren en tu
cuerpo en forma de caricias perennes.
Podría también, besarte las ideas mientras te miro a los
ojos, morderte la oreja mientras te beso el hombro izquierdo. Susurrarte los
motivos que tengo para imaginarnos juntos, convencerte, sin mover siquiera mi lengua, de
todos los buenos días tan buenos que están por llegar.
Y es que, amor, ojalá pudieras entenderme cuando te digo que el “te
quiero” empieza a quedársenos demasiado corto.