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"Y es que el universo siempre conspira a favor de los soñadores"

viernes, 10 de julio de 2015

Aquella noche

Decías que las letras no eran lo tuyo sin ni si quiera prestar atención a las miles de composiciones que se encontraban inscritas en tu piel.
Solías decir eso de que las personas como tú no entendíais sobre los poemas y sus rimas y no te haces una idea de las veces que llegué a conjugarnos el verbo "ser" con cada una de tus sonrisas.

Me encantaba el hecho de que te sintieras tan lejano a todo esto, tan fuera de lugar; se trataba sin duda de otra clara ironía de la vida. Cómo alguien como tú no iba a entender de versos inacabados siendo, a su vez, el mejor ejemplo para entender la literatura, la creación, las noches en vela y hasta los márgenes escritos.

Por mucho que mi orgullo lo niegue he de reconocer que disfrutaba como nadie teniendo el privilegio de leerte entre líneas. Me encantaba eso de que fueras mi libro de mesilla en noches incompletas.
La verdad es que perdía el conocimiento con cada final inesperado en el que decidías calmar mis ganas con un punto y aparte (pero nunca final)

Me embriagaba con cada una de las metáforas que encontraban tus manos para explicar el milagro de la vida. Me recreaba en tus comas, arqueaba la espalda, besaba los puntos y me dejaba encontrar en cada uno de tus silencios suspensivos.

Encontraba en tus mayúsculas un buen lugar para comenzarte, en cada guión un momento para hablarte y en cada par de paréntesis un pequeño hueco para explicarte mis grandes dudas y fraudes.

Aquella noche, después de gritar en tus exclamaciones, me miraste a los ojos y trajiste contigo de vuelta a Neruda, Alberti y Machado, y entonces pude comprender que tú eras íntegramente aquello a lo que los valientes llamaban "poesía"