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"Y es que el universo siempre conspira a favor de los soñadores"

lunes, 22 de agosto de 2016

Autocrítica XXIII


Si vienes a calmar mis miedos ya es tarde. No es a mí a quien tienen.
Aún así, puedes quedarte.
Quédate.

Quiero hacer en el epicentro de su vientre, justo donde habita su ombligo, un agujero negro que me devuelva, escupiendo, todas las mariposas que olvidaron en el mío sus larvas. Quiero enseñarle mis peores escombros, las ruinas que llevan su nombre y aquel entierro al que, sin flores de por medio, se atrevió a presenciar. Juro no volver a ser la séptima cuerda de nadie.

Quiero mostrarte cómo baila el alma, cómo sí que existe. Ella y los miles de hilos que unen sus vértices con cada una de las yemas de tus dedos. Quiero mostrarte todo esto, sin ánimo de lucro, sólo para que entiendas que cuando acaricias mi espalda no sólo soy yo quien se ríe, ella también tiembla.


Aún soy más rápida que mi propio reflejo, no temas.
Te aseguro que estoy bien, mamá. Y si dejo de estarlo no crearé nuevas líneas de meta en mis brazos, me limitaré a abrir aquellas que se atreven a cicatrizar para así recordar el dolor de lo que no quiero querer. De lo que no te mereces ver.

Quiero sacar de mi laringe un grito callado que llevo anudando desde el momento en el que perdí mi integridad en una cama con más años que yo. Me siento vieja y vacía cuando me acuerdo de ti. Y vulnerable. Vivienda de ocupas entrando a patadas. Vagón miserable de mercancías podridas. Me siento veleta de tus vapores nauseabundos, velero varado en el lodo de tu existencia. Todas con V. Con V de vida robada, de vanidad en tu rostro, de vaivén presuntuoso, de vicio calmado, de venganza.
De venganza que yo jamás llevaré a cabo.

lunes, 8 de agosto de 2016

De mayor quiero ser estrella.

Me encanta pasear contigo sin que lo sepas. Llevarte a mis rincones favoritos y decirte que ahí, si pudiese, también te besaría.

Me gusta sentarme frente al mar y leerte un poema en silencio que, aunque pronunciase con todas mis fuerzas, jamás escucharías. Me gusta tenerte de esta forma en la que, sin estar, siempre acabo encontrándote.
Me gusta esto. Creo que podría acostumbrarme. Salvo a tu no estar, aquí. Conmigo.

Ayer, antes de que se fuera con el sol nuestra última oportunidad de redimir el mundo, supe que sería una noche diferente. Germinaron los deseos en su manto y sólo aquellos con el alma rápida sonrieron esa noche.
Yo, aún sabiendo que no estaba del todo bien o no lo suficientemente mal como para parar, no quise dejar de escuchar. Nunca antes tantas estrellas habían hablado a gritos de la misma persona.  

¿Y quien soy yo para contradecirlas? Para mí también es difícil mirar hacia otro lado cuando eres tú quien cruza la calle. Y claro que sé cómo caminas, cómo te mueves. Por saber sé hasta como -me- esperas y eso ellas, por muchos años que me lleven de ventaja, jamás podrán sentirlo.
Así que me quedo con mi mortalidad, con mi fragilidad, con mi pequeñez. Me quedo con todo aquello que me hace más persona. Me quedo con mi bipolaridad, mis emociones a flor de piel y mis desbordamientos a pie de precipicio sólo para sentir como me contienes, como vuelves a salvarme sin ser consciente.

Y cuando llegue el día que no te reconozca a través de mis manos, que deje de toparme contigo en cada árbol que se meza despacio,  en cada poema sin nombre. Cuando el verbo “esperar” deje de ver contigo y a la palabra “ganas” no le sigan tus manos entonces renunciaré a todo aquello con lo que algún día me quedé. Y suplicaré, con el alma rápida, ser otra más de esas que hablan de ti en noches abiertas.