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"Y es que el universo siempre conspira a favor de los soñadores"

sábado, 15 de septiembre de 2018

Quizá cuando despiertes ya no quede nadie


Yo, que te he mirado fijamente y no te he visto, quiero decirte que siempre lo intenté.

Pero ya me he cansado.
Me he cansado de jugar al escondite con alguien que no quiere que le busquen y mucho menos que lo encuentren.

Y es cierto, me hubiese encantado quedarme contigo y luchar contra todos esos gigantes que te retienen. Tramar cómo hubiese sido el ataque y guardar bajo la manga nuestro "factor sorpresa" como siempre hacíamos de pequeños… pero ésta es tu guerra, no la mía. Y aun así tú prefieres arremeter contra mí que contra ellos.

Podríamos haber sido fuertes, pero sigues confundiendo al enemigo.

Te digo que es cierto, créeme.
Hubiese preferido la lucha que el tener que retirarme. Pero no me dejas hueco y siempre que me acerco acabo con la boca estallada y las alas rotas.


Mírame a los ojos porque sólo te lo diré dos veces más: Ya me he can s a d o.

Me he cansado de ser la pared donde acaban estrellándose todos tus platos.
Que no quiero ser más saco de boxeo de nadie si nunca vas a salir ahí fuera a luchar por tu libertad.
Y también he decidido que tampoco quiero seguir siendo la mala de la película que tú mismo guionizas.



A veces, me gustaría ser parte de tus sombras para estar en tu cabeza, saber cómo te destruyes piensas, y comprender qué es lo que te impulsa a sacarnos a todos de tu vorágine de mierda. 

Entiende que si hablamos, fue porque queríamos quedarnos.

Me gustaría saber por qué te empeñas en respirar bajo el agua si nunca tuviste branquias. Qué te lleva a querer ahogarte sólo y ser incapaz de agarrarte a todas esas manos que, agarrotadas por el frío, se extienden una vez más hacia ti queriéndote -al menos- rozar.
Pero tú sólo escupes.
Y muerdes.


  - Ven. 
   Acércate y léeme los labios, porque ésta será la última vez que voy a repetírtelo: 

       Y a     m e     h e     c a n s a d o .


Me he cansado de ser aquél jarrón blanco que tú mismo empujas, cae y se rompe y encima no pueda llorar mi propia pérdida.  

Estoy cansada de fingir que no pasa nada, que todo sigue como siempre, cuando desde hace años ni tú mismo te encuentras en el espejo.

Me cabrea el hecho de que no me preguntases si quería jugar y sólo cuando comenzaba a picar me di cuenta de dónde estaba yo y de que tú ya estabas haciendo trampas, como siempre, sobrepasando con tu pie la línea de lanzamiento.
Y ahora, que me he cansado y entiendo que no tengo por qué aguantar tus veintiún mil dardos casi tan envenenados como equivocados, reivindico mi derecho a no ser más diana de nadie.

Que no es justo eso de no saborear tu miel pero aún así llevarse todos los picotazos. Que tú las tendrás alergia, pero a mí se me está cerrando ya la tráquea y la cabeza me explota de no entenderte.

Que ahora si pienso, escuece, y si busco no te encuentro. 
Y si me abrazo sólo recuerdo el huracán de cuchillas que lanzaste y que ahora tengo que sacar una a una de mi espalda.

Que tienes escorpiones en la lengua y el antídoto, aunque está en ti, aún no lo has encontrado.

Que me he cansado de abrazarte con los ojos cerrados mientras tú empuñas algo más que flores. Que no dejaré que aprietes más el gatillo, ni coleccionaré esos afilados dedos tuyos que tantas veces apuntaron hacia mí.



(...) Y en el fondo todo esto duele más de lo que imaginas. (...)

Y duele tanto porque sé de primera mano cómo rugen y tiemblan de inseguridad tus cimientos. También he vivido cómo desgarra por dentro el que se agrieten las paredes de tu consciencia y empiece a filtrarse una voz que aunque reconoces que no es la tuya no puedes plantarle cara e impedir que llene todo tu "tú" de humedades.

Pero sobre todo, me da pena el hecho de que no entendieses el significado de un sucio trapo blanco ondeando en una simple mesa de madera. 

Y es triste intuir que el cuadrilátero donde te atrincheras algún día se quedará pequeño para albergar tanta pena y acabará volando (contigo dentro) por los aires. 

Y ahí, sólo ahí, puede que del golpe despiertes y no te quedará otra que salir al mundo... pero quizás, para ese entonces, ya no te quede nadie.






domingo, 2 de septiembre de 2018

Sin arnés


Me deslicé por la escalera del mundo y salté del primero al tercero sin arnés.


Y ahora, con tanta prisa fuera y tanta inercia en “casa”, casi olvido cómo suena la risa de aquellos que saben que no tienen nada que temer.

Casi olvido la sensación de la tierra impulsando mis pies descalzos, las canciones, los juegos y los bailes. Casi olvido su pequeña mano agarrándose a la mía, su mirada desde abajo, el camino mostrado.

A veces, siento ganas de escapar.

Y es cierto, he cogido como vicio eso de correr bajo la lluvia, sólo que aquí sabe algo menos a libertad.

A veces cierro los ojos y estoy allí, donde Tú siempre estabas conmigo.

Y es cierto, el agua aunque no esté fría también quita la sed.

A veces me gustaría tener menos y sentir(te) más.

Y por ser cierto también lo es el saber que no he vuelto a sonreírle al mundo de ese modo, ni he vuelto a tener las manos tan grandes y llenas de barro como allí. 

Siendo honestos, yo tampoco sé qué hago aquí. A medias tintas, tejiendo por un lado y deshilachando por otro. 



Ecuador (08/17)