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"Y es que el universo siempre conspira a favor de los soñadores"

sábado, 11 de junio de 2016

02:45

Es la hora. 
Coges las sombras a tu antojo y empiezas a dibujarte. Caminas hacia mí, sin prisas; yo sin moverme. Es absurdo huir de aquello que vive en ti.

Tengo miedo.

Parece que lo sientes. No es lo que quieres.

Tu cuerpo se acerca, el mío lo siente. 
Tu aliento lo hiela todo por completo. Mis músculos responden, y empiezas a teñirme el rostro de vida. Saboreo mis labios y encuentro en ellos todo el óxido acumulado de las cadenas que me regalaron al nacer.

Ahora todo sabe un poco más a vida que se escapa de entre los dedos, a suspiro inacabado, a perdón jamás pronunciado.

Las voces de un pasado me gritan desde dentro. No las entiendo.

Tengo miedo.

Tus manos se apoderan de mi espalda. La presión me rompe las vértebras. Siento como se astillan, una a una. Intentas acomodarte pero hay demasiados órganos entre tú y yo. Justo ahora me oprimes el pulmón derecho. Apenas puedo respirar, pero eso no parece preocuparte.

Intentas ponerte de pie. No, no lo hagas. Eso duele.

Aún no hay sitio para los dos.
 
Tengo miedo.

Comienzo a sentirte más real, más claro, más fuerte. Volteo mi cabeza y hasta soy capaz de verte. Entonces me deshago. Me pierdo en la oscuridad. El ventilador mece mi consciencia mientras yo me dejo desdibujar hasta el extremo de tocarme y no sentirme.

Entonces te encuentro en mí, respirando mi aire, taponando mi sangre, acariciando las cicatrices de mis brazos. Y yo, yo ya no estoy.

Luego despierto, justo a tiempo. ¿Pensabas irte sin despedirte?

Me sientes, te giras; me miras, me hielo. Y entonces juro leer en tus labios inertes que pronto volveremos a vernos.