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"Y es que el universo siempre conspira a favor de los soñadores"

martes, 30 de septiembre de 2014

Creí en tanto que me quedé para tan poco..

Sí, yo también creía que lo nuestro estaba por encima del “hoy te odio, mañana te quiero pero pasado te olvido”
Creía que en verdad esto iba a funcionar. Tenía un plan B, un C y hasta un jodido plan D por si acaso fallaba(s). En verdad en mis últimos intentos de volver a serlo todo le inventé nuevas letras al abecedario con tal de tener otra oportunidad a tu lado.
Le pedí un préstamo al tiempo a cambio de unos intereses muy altos que a día de hoy sigo pagando. Llevé nuestro caso al Tribunal Superior de Justicia y en tu defensa alegué las medias canciones a las que nunca puse letra y los miles de videoclips en los que aún no estoy caminando de puntillas en el centro de cualquier salón descuidado.
En defensa de ambos planteé todas las tardes en tu cama en las que no me importaba morir si lo hacía entre tus sábanas. También mostré los muchos gráficos de intensidades de todos y cada uno de los besos que nacieron en Atocha y murieron en tu boca. Compartí con el jurado mi registro de frecuencias cardiacas cuando te veía aparecer enrollando tus cascos sin saber si besarme, llevarme al cine o aterrizar en tu desaliñado sofá para luego acabar volando en el suelo helado de cualquier habitación.

Sí, yo también creía que esto estaba por encima de todo y de todos. Que si juntábamos las sogas que nos ahogaban podríamos construir un columpio en las alturas donde balancearnos sin miedo a cruzarnos con conocidos que juzgasen nuestro recorrido a trompicones, siempre a trompicones. Pretendía columpiarte hasta que perdieras ese miedo a las alturas, olvidaras esas manías que tantas veces juré que acabarían conmigo o simplemente te enseñase a ver mi mejor verdad en mi yo más desnudo, justo ahí, cuando te miraba de frente.

Sí, yo sí que creía en ti. En lo nuestro.

Por creer creía hasta en esa furgoneta hippie con la que te rescataría de tu banda oxidada de rock alcoholizado. En nuestro rencuentro a los 40 y en que llegaría el día en que me enseñaras algo más que tres acordes mal tocados de una canción, ya olvidada, de Metallica.

Creí en tantas cosas que hoy no son nada que ahora me cuesta creer que yo siga aquí, que no haya desaparecido con ellas. Que esté aquí, sin ti, sin mí.
Sin tus cuerdas ahogándome una vez más.



sábado, 27 de septiembre de 2014

Marcharse de puntillas

Solía apartarse el pelo de la cara, sostenerse la barbilla y llevarse de la mano a cualquier otra parte cuando las cosas se ponían feas.

Escudriñaba su interior y creaba túneles sin salida para esconderse después y discutir con esas voces que, ancladas en el pasado, querían ser partícipes de su futuro.
Gritaban y ella se susurraba qué hacer. Corría y temblaba. Temblaba hasta caer.
 Y sólo cuando no le quedaban más vibraciones en la garganta buscaba un cordón en el techo, tiraba y aparecía de nuevo frente al espejo.
Entonces corría la cortina, se lamía las heridas y sollozaba en sus hombros. Giraba el grifo hasta el punto del derrame y endulzaba el agua con un par de lágrimas que morían entre sus piernas. 
Como yo, como todos.

Se susurraba consuelos al oído con efecto “sedación” más que “resolución”.
Se arañaba la piel y luego arrancaba cada una de sus uñas para no destrozarse la garganta.

Pasaba horas protegiendo a las baldosas del frío, gritándose y perdiéndose. Y sólo cuando lo creía suficiente se tendía la mano, levantaba su cuerpo  y lo conducía hasta la cama donde con calma se acunaba y, uniéndose las pecas de sus mejillas, juraba que mañana sería otro día.
Y cantándose nanas a media voz esperaba a quedarse dormida para luego marcharse, sin hacer ruido, sin Ella.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Curvas de orgía.

Ella es una de esas chicas que amanece con menos ropa de la que cuenta en el momento que decide apagar el día y meterse bajo el nórdico. Es de esas a las que las sábanas hacen cosquillas solo para cometer deslices con su piel inducidas por sus curvas de orgía. De esas que hasta las camas de matrimonio se la quedan pequeñas. Es una de esas chicas que al despertarse arquean la espalda y bostezan arrascándose la cabeza mientras se dan los buenos días abriéndose una birra bien fría.
Una de esas a las que cualquier gato callejero envidia por sus despertares, su columna o sus ojos.

Es una de esas chicas 11 que van en tacones del 13 poniéndote a 100 con solo una mirada. De esas de las que se muerden el labio inferior a modo de último aviso. De las que se recorren sedientas el labio superior con la punta de su lengua invitándote a perderte en sus juegos. En ella. Es la jodida mujer fatal de los Burning y la excitante bruja consumada de Andrés Calamaro.

Es una de esas chicas que lleva la señal de peligro tatuada en los lugares menos pensados, o más mágicos, de su cuerpo. De esas que en sus ojos se lee el desasosiego que tiene llevar demasiados inviernos sola y cuya sonrisa avecina un sinfín de catástrofes. Una de esas chicas a las que las jodes un día y te destrozan el alma y es que sus contoneos dejan escrito en el aire la palabra “caos”, y ya si se gira y te hace levantar la vista de sus piernas sabes que justamente ahí empieza tu ruina.

Tu mejor ruina.

Para que me entendáis, ella es la chica que hace perder la cabeza a las esquinas de Montera con sus faldas tan cortas, la que enciende las luces de Callao en pleno diciembre con solo un guiño de ojos. La única capaz de cortar el tráfico en Madrid y cualquier respiración en cualquier lugar, la que de lejos te acelera el corazón y a escasos centímetros te lo para, pero también es la misma que juega a enloquecer al silencio de una calle vacía de Madrid con el ruido de sus tacones.

Ella siempre ha sido ella. La que jugaba al amor en esas noches de verano y de la que siempre acababa enamorado yo.
En cualquier día, en cualquier noche.


lunes, 8 de septiembre de 2014

SENTIRTE EN CADA COMA.

Puede que haya perdido ya la cuenta.

No recuerdo cuándo fui por última vez ni cuándo fue la última vez que me juré no escribirte, al menos no en un lugar de fácil acceso donde cuando te echase de menos pudiese volver a ti. A verte en cada palabra, sentirte en cada coma y dolerme con cada punto y aparte. 
Puede que a día de hoy tenga más deudas conmigo misma que con tu espalda y mira que hasta hace días eras tanto mi mayor deuda como mi mejor apuesta. 

Pero supongo que las cosas cambian, que las oportunidades se cansan de sucederse unas tras otras. Que  el orgullo muchas veces  puede más que todo lo que hemos sido este tiempo atrás y puede ser también que, por su poder solo seamos  ese “hemos sido” y no ese “seremos” tan necesario de escuchar en estos momentos.

En definitiva puede que sí. Puede que te eche de menos, puede que nos eche de menos.

sábado, 6 de septiembre de 2014

Siempre habíamos estado así, viviendo entre armisticios.

Siempre habíamos sido un par de jirones hechos a partir de tirones que se llenaban la boca a base de  descosidos y emendaban sus errores más mundanos con un par de remiendos de contrabando.
Siempre habíamos sido esa casualidad tan bonita de la que aún no han dejado de hablar las canciones más audaces. Las prisas y esa insoportable impuntualidad causada por episodios de amor contra mi armario que la gente nunca ha logrado entender.
Éramos paz.
Paz en la mañana. Paz en mi colchón. Paz tras la resaca.
Ciertamente éramos paz y la peor guerra jamás creada en esas noches de verano donde cada uno volvía a casa por diferentes caminos. En esas noches en las que jurábamos no volver a vernos y que horas más tarde nos sorprendía el sol de mediodía firmando un nuevo armisticio donde pactábamos querernos hasta las tantas y abrirnos paso de la mano entre la multitud de cualquier feria.
Siempre fuimos eso. Un todo y un nada. Una suspensión de hostilidades pactada entre dos almas beligerantes. Dos sinsentido que no eran nada sin serlo todo.

 Y es que eso de las medias tintas o tintas a medias, ya sabían ellos, quizás demasiado bien, que no era la solución a sus problemas.

viernes, 5 de septiembre de 2014

¿Cuánto más necesitas?


Así, sin tapujos, sin rodeos, sin pretextos.

¿A cuántos “buenos” días sin ti estás de mí?
¿Cuántas noches más piensas quedarte en  mis ojeras?
¿Cuántos lunares voy a tener que unir en espaldas ajenas para encontrarte perdido en constelaciones solo tuyas?

Estoy cansada de dibujarme junto a ti, sin ti, y al lograr acabarme toparme contigo sin ti mismo, desdibujándote, perdiéndome y perdiéndote, perdiéndonos sin motivo.
Estoy cansada de llenarme el alma de sinsabores y el estómago de mariposas sin alas y luego hartarme a vomitar, a vomitar tu nombre, a vomitar fragancias que aunque gire la almohada seguirán ahí clavadas.
A vomitárteme. 

A vomitarte y a vomitarme jurando que así acabo contigo para luego volverte a comer, saborearte.


                                                                                                 Disfrutarte. 


miércoles, 3 de septiembre de 2014

CON CADA PEDAZO.

Yo siempre había sido una chica de verano. Odiaba el invierno y los días encapotados. Brillaba con el sol y me precipitaba con los días nublados.
Repelía el invierno. Era demasiado tú.
En verdad puede que te llegase a querer, pero también te lloré y claro que te odié. Te odié con toda mi alma, con todas mis ganas y todo mi ser y a pesar de todo eso te quería, o te quise, o te quiero, vete tú a saber.

Finalizaba noviembre y veníais de la mano, con la misma intensidad. Helando todo a vuestro paso, orgullosos de paralizar e inmortalizar traviesas gotas de rocío.
Ahora puedes mentirte mintiéndome y excusarte mil veces más diciendo que el frío mantiene, que el frío conserva. Pero no te metas los dedos en los ojos ni te vendes los oídos cuando te griten mis pedazos que todo lo helado es más frágil. Que todo lo helado se vuelve débil, vulnerable y teme hasta ser rozado. En verdad, teme acabar destrozado, acabar como yo, en mil pedazos.

Ciertamente lo único que me gustaba del invierno eran esas bufandas de doble vuelta que me protegían del frío (o de ti), o de esas mañanas en las que helaba (o de tu cruel mirada), llámalo como quieras pero, esas doble bufandas han parado más atentados suicidas contra  mi pecho que cualquier chaleco antibalas.

Y es que te tienen que sobrar cojones o faltar dos dedos de frente para ponerse a escasos centímetros de ti y jugar a desnudarte sin mover ni un solo músculo. A sonreírte con las orejas, comerte con los ojos y besarte con los pies. A enamorarte con mis dedos, aspirarte con mis labios y tocarte con mi voz sin saber que perderé la vida en ello. En un juego.

Que sí, que es una locura quererte, pero mayor sería conocerte y no intentar tenerte.
Aunque solo se quede en eso, en un intento. Aunque me quede solo en eso, sola en la soledad de tus besos erizando mi cuello, aunque pierda una batalla que solo ha sido creada para los más valientes.

Aunque me quede sola y me pierda en el eco que produzca mi caída en medio de la nada. En esa caída donde firmo mi sentencia. Donde me rompo. Donde desaparezco. Donde muero por y para sentirte. Donde dejo de ser. Donde te quería, te quise o te quiero. Donde sin ser te siento, con cada uno de mis pedazos.