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"Y es que el universo siempre conspira a favor de los soñadores"

domingo, 4 de octubre de 2015

La especie inteligente.

Crucificamos a la verdad.

Ajusticiamos a la razón.

Matamos a aquél que sólo nos podía salvar.

Sembramos odio y rencor. Nos empeñamos en hacer crecer una semilla en tierra podrida. Quisimos llegar arriba sin ninguna raíz que nos sirviera de cimiento, de agarre, de contrafuerte.
Crucificamos, ajusticiamos y matamos. Y lo único que conseguimos fue quedarnos huérfanos de existencia, huérfanos de esperanza. Aniquilamos toda nuestra última posibilidad de llegar a ser y, por un momento, creímos que así estaríamos bien.

Creímos que con nosotros bastaba –y así nos fue-.

Y entonces comenzamos a caer, a llenarnos los vasos hasta arriba para ahogarnos en ellos después. Comenzamos a rodar por laderas que nunca acababan, a escribir nuestro final, nuestra propia desdicha. Creamos precipicios, túneles sin luz, pozos infinitos, abismos sin final, y nos lanzamos a todos y cada uno de ellos, de cabeza, sin miedo. Confiando –demasiado quizás- en el terrenal poder de los humanos, en unas alas que no teníamos, que ya habíamos perdido.

Inventamos el fuego, la rueda, la pólvora. Creamos el coche, la tele, las redes, la prensa.

Las mentiras, las excusas, los inviernos, los finales, los puntos, los errores, los riesgos, los insultos, la barbarie, las guerras y sus armas, los muertos y sus cicatrices.

Los secretos.

Las lágrimas, los silencios, los vacíos, las epidemias, las catástrofes, los infieles, lo corrupto.
No contentos con todo esto y más, sino aburridos en nuestra propia miseria inventamos los vicios, el poder, la desgracia, la comunicación, el comercio, la explotación, el hambre, la violación, la esclavitud, el mercado. La democracia.


Y a esto, lo llaman evolución y a nosotros la raza superior. La especie inteligente.