Idiota de mí, que creía que por memorizarte de aquella forma
no perecerías.
Cobarde.
Cobarde por ser, impasible, la que acordona tu garganta con
unas manos que no tiemblan. Por ser la misma que no es capaz de apartar ese
taburete y acabar, así, la condena que yo
misma te impuse.
Ingenua maldición aquella que llevo a las espaldas por
intentar hacerle a sus sombras el camino más llevadero.
Maldita la voz que te invita a brindar por la oquedad en tu
estómago, por el eco de sus “esa no es la salida” rebotando en tus paredes.
Ingenuo mi yo que cree en un brillo que apaga el de mis
ojos, en un frío que quema, en unas manos que no tienen a qué agarrarse. Estúpidas
mis alas que siguen el susurro que las hace creer que sin luz propia también se
irradia.
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