Vístete de sábado, anúdate un lazo y olvídate en la puerta
de mi casa tras haber llamado.
Arranca mi pijama y
la piel que me mata. Desnúdame, muérdeme y olvídame después.
Abre el cajón de la izquierda, mezcla todos los colores que
el que no espera por nadie te permita y dibújanos perfecta la sonrisa, que ella
y yo ya nos encargaremos de borrarte de nuevo.
Vísteme de día, engáñame de noche y abandónala a ella en
algún indeleble bosque donde no conozcan (aún) los amaneceres. Entiérrala si
quieres. Lejos de mí, pero sobretodo de ti. Lejos de nosotros, lejos del sofá.
Lejos de casa.
Rompe las manecillas de todos esos relojes, que suicidas,
van amontonándose en tu cuello y haz con ellas un puente que te ayude a volver
a la misma realidad que a mi me abandona en noches como ésta.
Bésame cuando esté contigo y abrázame cuando deje de estarlo
para que sepa volver de nuevo a nuestro lado.
Y si ves que tardo, lléname de arena y golpéame hasta
romperme, y quizás así se detenga mi tiempo y el tuyo comience.
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