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"Y es que el universo siempre conspira a favor de los soñadores"

martes, 30 de diciembre de 2014

Llamadas de autoayuda.

El teléfono sonaba y yo corría descalza salteando todas las cajas de cartón que me recordaban que ya no estabas, que era muy posible que no volvieras y que el invierno podría entrar en cualquier momento por esa ventana y hacer de este salón su maldita caja de pandora.

A 2 segundos de la rendición llegaba yo y descolgaba el teléfono fingiendo que no había cansancio en mi voz y ocultando los picos de mi respiración.

-¿Si?

-Hola, ¿Hay alguien ahí?

-… Clara, ¿eres tú?

Era pronunciar tu nombre y la no-conversación acababa. Entonces con mil gritos en la garganta miraba el reloj y entendía que eras tú. Que no había otra que le temiese a las horas, que temblase cuando sus miedos estaban a punto de devorarla ni que gritase mi nombre teniendo como aliado al silencio de una llamada. Sabía que eras tú por tu manía de quedarte callada ante los problemas, por el ritmo desacompasado de tu respiración y porque yo ya sólo sabía vivir en ella.
Eras tú y no me cabía la menor duda de ello porque por 12 segundos yo volvía a vivir de nuevo. Porque era hora punta, hora del miedo y de las llamadas de auto-ayuda y porque no había otra que guardase silencio más alto que tú.
No era la primera vez que te descubría, ya sabía que hacer, no éramos nuevas en esto; tú me conocías bien y yo sabía deletrear cada expiración tuya. Me calzaba las botas de agua por si los charcos osaban tentarte, dejaba todo a medio hacer y cogía las llaves y los 16 euros de la entradita guardados para esto. Llamaba al ascensor, me desquiciaba su calma y mientras bajaba por las escaleras me soltaba la coleta y meneaba la cabeza. Salía del portal y ya sólo me separaban de ti un bus y unos cuantos metros.

Contaba los minutos que arañaban mi reloj y los semáforos que jugaban en nuestra contra jurando vengarme algún día. Bajaba de un salto y comenzaba la cuenta atrás de los 20 metros más largos que jamás nos habían separado.
Entonces yo llamaba al timbre mientras ponía un pie dentro,  tú levantabas la vista, recogías tu flequillo detrás de la oreja y te hacías la sorprendida al verme, fingías que la tienda no te dejaba tomarte ni un respiro (a pesar de estar vacía) y yo mentía e inventaba que me hacía falta una nueva caja para guardar los libros que ya había leído.
Tú me sonreías levantándote de la silla, cogías mi mano y me guiabas hasta la sección de cajas de cartón que tú misma hacías.  Ahora me tocaba fingir que me decidía por la de ositos aunque objetaba que la de estrellas me tenía engatusada desde hacía meses, tú te reías y me pedías que te la alcanzara, que aún estabas esperando el estirón de los 20.
Te separabas, tomabas la delantera y volvíamos al mostrador donde me cobrabas diciéndome que buscarías mi número entre esos papeles que tenías en frente y llamarías cualquier día; que estaría bien eso de vernos fuera del trabajo, tomarnos unas cervezas y recordar viejos tiempos. Yo en esos momentos simplemente sonreía, sabía bien cuando mentías, pero me encantaba el hecho de estar de nuevo en tu boca aunque fuese sólo por unos instantes. Ahora era yo la que guardaba silencio recordándonos  y esperaba, sin prisas, a que te levantases y me despidieras en la puerta.

Prometiendo vernos pronto doblaba la esquina girándome antes y viendo tu sonrisa entre la gente y entonces ahí es cuando me iba del todo satisfecha, sabiendo que había sido capaz de contestar tu llamada.

Y así es como una vez más, vuelvo a casa sola, con la única compañía de una caja que me obstaculizará el paso cuando llames callada y me recordará, cada mañana, que el invierno sopla con fuerza contra mi ventana desde que no despiertas al otro lado de la cama.

1 comentario:

  1. Creo entender lo que escribe, y si realmente todo eso que pone ahí es cierto, recupere a esa persona porque no va a encontrar otra igual en su vida. Por cierto muy buen blog, me quedo con esta entrada pero estaré atento a lo que vaya subiendo.

    Un abrazo de una chica de tierras Andaluzas (Cadiz) :)

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